Las veredas deterioradas son un problema serio en las ciudades. La amplitud térmica en algunos momentos del año, que dilatan y contraen los materiales y terminan quebrándose, las lluvias, los trabajos de las empresas de servicios que no se concluyen correctamente, las raíces de los árboles, el tránsito constante, las pérdidas de agua y cloacas, o el paso del tiempo son algunas de las causas que van destruyendo las aceras.

La capital tucumana no es la excepción. En 2018, un relevamiento realizado por el municipio detectó que sólo dentro de las cuatro avenidas había 9.500 cuadrados de veredas rotas. Dos años antes, Josefina Ocampo, arquitecta que asesora a la Municipalidad en el plan de reparación de veredas, había precisado a LA GACETA que el 45% de las veredas y calles de la capital mostraban importantes deterioros.

Si bien no se realizaron nuevos relevamientos, el municipio denunció el año pasado que esta situación se había agravado exponencialmente, principalmente por las obras que estaba realizando Sociedad Aguas del Tucumán (SAT) sobre las aceras y calles, para mejoramientos de las redes de agua y cloacas. En octubre de 2021 el municipio suspendió las autorizaciones solicitadas por la SAT para llevar a cabo estas obras, debido a los innumerables trabajos inconclusos y a las quejas de vecinos por el deterioro de veredas y calles y por accidentes, según se explicó en ese momento.

La ordenanza municipal 2.073 establece: “la reparación de la vereda será una responsabilidad permanente del frentista, excepto cuando haya sido deteriorada por trabajos realizados: por la Municipalidad o empresas de servicios públicos autorizadas, quienes serán las responsables de reconstruir la vereda”. Esta norma es similar en la mayoría de las ciudades argentinas y siempre ha generado polémicas, ya que no todos los vecinos están en condiciones de costear estos arreglos.

Pero hay metrópolis que han ensayado soluciones diferentes, con buenos resultados, y que los tucumanos deberíamos observar con más atención.

Con programas similares, Rosario y Mendoza implementaron planes más accesibles para poder reparar las caminerías. En la ciudad santafesina se denomina “Esfuerzo compartido” y en la capital mendocina “Mejores veredas”. En ambos casos, con algunas diferencias, el vecino se hace cargo de los materiales y el municipio de la mano de obra, con sensibles descuentos y facilidades para que la gente pueda afrontar los gastos. En el caso de Mendoza, el municipio ofrece un 50% de descuento en los materiales y un financiamiento en 12 cuotas sin intereses.

Otras opciones aplicadas, como CABA en su microcentro o en zonas neurálgicas, históricas o turísticas, es que la ciudad se hace cargo de la reparación de las veredas, con y sin participación financiera del vecino, según el caso. Este sistema, muy utilizado en el mundo, tiene dos principales ventajas: las veredas son uniformes, en materiales y en estética, cumplen con las normas de seguridad en transitabilidad, y su mantenimiento está asegurado por el gobierno. Esto evita que cada vecino coloque el piso que quiera, sin garantías de que sea el adecuado y sin seguir una línea urbana uniforme. Es lo que se está haciendo en Tucumán con las semipeatonales, donde las aceras, todas iguales, son construidas por el municipio.

En las ciudades europeas es muy usual esta práctica, sobre todo en sectores céntricos, históricos o turísticos, y en algunas el costo es compartido entre los frentistas y el municipio. Consideramos que se trata de una alternativa económicamente viable, que mejoraría estéticamente a la ciudad y que comenzaría a resolver un problema serio que sigue agravándose.